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Crecí en una etapa analógica donde “ir al cine” o “ver la televisión” era algo tradicional en el entorno social y familiar, porque representaba hábitos y prácticas que durante el siglo XX se consolidaron con el paso de los años. Las películas, series, animaciones, telenovelas que uno acostumbraba ver en la televisión, en la comodidad de un sillón en la sala, del departamento o de la casa y acompañado del calor familiar o la fría soledad, ha sido desplazada por un entorno digital que ha provocado una serie de transformaciones tecnológicas, políticas, económicas, y sobre todo culturales, que ahora permiten ver los programas de la televisión en diversos dispositivos, a cualquier hora y en cualquier lugar con conexión a internet (Campos, 217). Estas transformaciones tecnológicas provocadas por los procesos de la convergencia digital han implicado el ajuste de las políticas de la comunicación en varios países, lo que incluye una serie de estrategias como el apagón analógico y la inserción de la televisión digital terrestre como parte de una visión de integración a la sociedad de la información (Duncan, 217; Van den Bulck y Donders, 214). Sin embargo, estos cambios no han estado exentos de cuestionamientos y dudas, en muchos casos, acerca de su separación con las nociones conceptuales originales del servicio público de radiodifusión (Bustamante y García 217). Durante los últimos años las legislaciones sobre la televisión digital terrestre y telecomunicaciones en un entorno digital, en algunos casos, han estado expuestas a una serie de políticas de comunicación que ponen en riesgo la visión del servicio universal y la apertura democrática al proponer perspectivas de orden corporativo y comercial por encima de los intereses de la ciudadanía (Bilíc y Svob-Dokic, 216).