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“Ítaca, cualquier Ítaca, es un lugar interior. Ese origen al que, en determinados momentos de nuestra vida marcados por un esencial cansancio, anhelamos volver no es un lugar geográfico, ni tampoco metafísico, sino un estado. (...) Acaso la inocencia no sea otra cosa que la incapacidad para el juicio, y ésta sea la razón de que, en los primeros albores de la existencia, el mundo sea experimentado con sencilla y gozosa plenitud. Ese gozo sin motivo, esa plenitud es a lo que nos referimos cuando hablamos de ‘la infancia’ con nostalgia, es lo que esa palabra significa, lo que señala. Y si del territorio en el que transcurrió nos vimos, por cualquier motivo, exiliados, es a él al que ingenuamente creemos que hemos de volver para recuperarla. Mi Ítaca es, o ha sido, Bélgica”. Bélgica no es una autobiografía, tampoco es un libro de viajes. Es el itinerario de una conciencia que se observa simultáneamente en los dos tiempos, pasado y presente, en los que se hace memoria, sin tampoco prescindir de los intervalos. Convencida de que lo más importante en un texto no es lo que dice sino lo que no dice, Chantal Maillard tiene por costumbre provocar al lector invitándole a introducirse en los márgenes y extraviándole en las distintas versiones que de la realidad puedan darse. Siempre a contracorriente, esta autora, cuya escritura atraviesa todos los géneros, reivindica, frente al aforismo de la modernidad, el fragmento como expresión, sintética pero abierta, de nuestra época.