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Los Coloquios son, sin duda, la colección de diálogos ficcionales y satíricos más difundida e imitada durante el Renacimiento. En 1526, ocho años después de que la primera edición no autorizada de la obra hubiera visto la luz, y tras numerosas adiciones por parte de Erasmo, se habían convertido en un fenómeno editorial respaldado de manera prácticamente unánime por estudiantes y profesores como herramienta para el aprendizaje del latín. Sin embargo, este apoyo se había ido ensombreciendo por los ataques cada vez más enconados contra sus contenidos doctrinales. Acuciado por la inminente prohibición de la obra por parte de la Facultad de Teología de la Sorbona, Erasmo decidirá hacer públicos los avatares editoriales de los Coloquios, los motivos que le llevaron a ampliar el conjunto y a adelantar una respuesta a las censuras institucionales antes de que éstas se hicieran efectivas. A esta apología de la obra, Erasmo la tituló Sobre la utilidad de los Coloquios (De utilitate Colloquiorum, 1526). Dada la importancia del De utilitate Colloquiorum para el estudio de la ficción y de la sátira erasmiana, para cuestiones relacionadas con la poética y la censura de textos dialógicos durante el siglo XVI e incluso para la recepción de los Coloquios en España, como atestigua la carta que el 13 de marzo de 1527 Pedro Juan de Olivar le remite a Erasmo, la alusión a los frailes españoles del final del texto y las traducciones subrepticias de finales de la década de 152, que se incorporan aquí como apéndice, resulta sorprendente que no contáramos hasta ahora con una traducción integral al castellano. Así, los lectores hispanohablantes tenían que conformarse, a lo sumo, con las dos pseudotraducciones quinientistas; con la paráfrasis parcial del texto que Marcelino Menéndez Pelayo ofreció, hace ya más de un siglo en su Historia de los heterodoxos españoles; o bien con las espléndidas traducciones de Wolff, Thompson o Asso. JORGE LEDO