Históricamente, el trabajo se ha entendido como garante de necesidades básicas como la vivienda, la alimentación, el vestido, la educación o la sanidad, es decir, del resto de derechos económicos, sociales y culturales. Su relevancia en la vida cotidiana es tal que incluso la personalidad, la propia subjetividad, queda marcada por la ocupación (o la desocupación, claro). Por eso, a pesar de que las políticas neoliberales entiendan la fuerza de trabajo como una mera mercancía y de que tienda a verse como una obligación, no es de extrañar que la principal preocupación de la ciudadanía en el contexto actual sea el paro. Sin embargo, el problema es más profundo, entre otras razones porque tener un empleo ya no significa que se consiga estabilidad económica. Así, además de las históricas reivindicaciones de los movimientos sindicales (salario mínimo, ciertos niveles de seguridad…), ahora se demanda algo más: una vida vivible. Esta aspiración emancipatoria la trasmiten las reflexiones que recoge este libro. El análisis trasciende inevitablemente lo laboral, presta atención a los trabajos que el mercado ignora (los cuidados, por ejemplo) y pone de manifiesto que la presión no solo se ejerce sobre las personas, sino que también repercute en el medioambiente. Para lograr revertir el guión predeterminado son necesarias, además, propuestas, y ya las hay. Son numerosas las teorías y prácticas que ofrecen alternativas —bienes comunes, renta básica, economía social, solidaria y cooperativa…— que permiten abordar la cuestión de los trabajos desde la perspectiva de los derechos sociales, tan importantes porque dan a la ciudadanía la capacidad de oponerse a vidas que no desea vivir y de definir formas de trabajo sentidas como propias.