Muchos relatos sobre la discriminación salarial por razones de sexo, sobre la pobreza, el desempleo, las ganancias del comercio para los diferentes países o los juicios sobre las políticas públicas, como la austeridad o la externalización de actividades, suelen estar cargados de apriorismos. Y lo mismo puede aplicarse a juicios sobre el capitalismo o la globalización. El discurso económico, en muchos ámbitos, ha sido suplantado por la repetición de opiniones, en forma de eslogan que, si no son falaces, cuanto menos son susceptibles de puntos de vista complementarios o diferentes. El autor considera que la economía no es un vademécum de soluciones, como la entienden algunos profesionales y profanos, sino un método de reflexión, de organización de las ideas y de aproximación a los problemas considerando alternativas posibles. Por ello, piensa que existen ciertas inercias mentales que llevan a discursos económicos repetitivos sobre aspectos que, cuanto menos, son susceptibles de matices y contrastes alternativos. A veces, a contracorriente de opiniones ampliamente extendidas, el autor examina algunas de las cuestiones más sugerentes del debate económico actual.