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Pocos escritores han tenido una vida tan paradójica como H.P. Lovecraft, el excéntrico y solitario “escritor de espantos” de Providence. Considerado por todos como el gran maestro del horror sobrenatural contemporáneo, fue “el príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo xx”, en palabras de Stephen King. Sin embargo, Lovecraft murió en el más completo anonimato, sin haber visto editado en vida ni un volumen con sus narraciones.
Fue un misántropo incurable, y sin embargo fue muy apreciado por todos los que le conocieron, y se vio rodeado por un círculo de fieles admiradores que lucharon denodadamente para rescatar su obra del olvido. Intelectualmente, fue un convencido materialista científico, aunque también se dejó seducir por teorías racistas seudocientíficas, ideas que abandonó en sus últimos años para convertirse en una especie de demócrata liberal que consideraba ineludible el advenimiento del socialismo en una era futura.
Se consideraba un caballero victoriano que escribía por puro placer, pero su falta de recursos económicos lo llevó a ganarse la vida penosamente haciendo correcciones y revisiones de estilo para literatos de ínfima categoría, manteniendo además una abrumadora correspondencia de no menos de 100.000 cartas -una cifra nada desdeñable para un aristócrata que cultiva una estudiada pose de tedio e indolencia. Gracias en parte a esa ingente correspondencia, el estudio biográfico de Sprague de Camp narra de forma fascinante y pormenorizada los extraños hábitos de Lovecraft, su estrafalaria carrera literaria y fugaz vida conyugal, su decisivo papel en el origen del fandom de ciencia ficción y de terror, y cómo sus pesadillas, sueños y neurosis llegaron a entremezclarse con el hilo narrativo de sus historias, contribuyendo a cimentar la leyenda que surgió después de su muerte.