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Sobre el granizo y los truenos constituye un testimonio directo y vivaz de una superstición que a inicios del siglo IX se hallaba aún presente en el Occidente latino: la existencia de los «tempestarios», individuos capaces de desencadenar tormentas. Desde la remota región de Magonia, navegando sobre las nubes, arribaban barcos cuyos tripulantes recogían los frutos derribados por el granizo y, en pago, entregaban a los tempestarios preciosos regalos. Agobardo, de espíritu tan religioso como extraordinariamente racional, pretende con este opúsculo desmontar la creencia popular de sus feligreses, apoyándose tanto en la autoridad de las Sagradas Escrituras como en un inusitado razonamiento lógico. Olvidado durante toda la Edad Media y redescubierto en 165, la popularidad de este texto —que se ofrece aquí en su primera traducción al español— no ha cesado de incrementarse desde entonces e, incluso hoy, es citado a menudo por quienes defienden los tempranos contactos del hombre con visitantes de otros mundos.