«Leyendo Piedras, más de una vez me he preguntado si no se trataba de un lenguaje confinado en sus propios significados, sin más realidad que su prestigio. ¿Por qué no ir a ver, me dije, los objetos de los que habla? Después de todo, nunca he observado una piedra, y en cuanto a las llamadas preciosas el epíteto me basta para execrarlas. Fui entonces a visitar la galería de mineralogía del Museo de Historia Natural, donde constaté con gran sorpresa que el libro había dicho la verdad, que su autor no era un virtuoso, sino un guía, un guía dedicado a comprender desde dentro maravillas petrificadas, a fin de reconstituir, mediante una regresión apenas concebible, su estado de indeterminación original.»