Lovecraft incidió en la teoría de M. R. James según la cual «un cuento de fantasmas debe tener un marco que resulte familiar en la época moderna para acercarse lo más posible a la esfera empírica del lector. Sus fenómenos espectrales, además, deben ser malévolos más que beneficiosos, ya que la emoción que hay que suscitar ante todo es el miedo. Por último, debe evitarse escrupulosamente la jerga de seudociencia del “ocultismo” si no queremos ver ahogado el encanto de la verosimilitud casual en una pedantería nada convincente». Como gran novedad en el género, pues, los fantasmas de James resultan perfectamente contemporáneos al lector burgués de su época, y para inducir esta sensación de cotidianeidad utiliza un fino humor británico así como expresiones coloquiales en los diálogos. Cuentos, además, muchas veces ambientados en todos aquellos escenarios que le eran más familiares al mismo autor por sus propias inquietudes eruditas: polvorientas trastiendas de anticuario, solemnes bibliotecas y archivos, rectorías rurales…