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El primer capítulo de Cosas que pasan se titula «El torbellino», y algo de torbellino tiene el relato en su conjunto, de comienzo a fin: una sucesión de hechos no precisamente cotidianos, con frecuencia terribles o turbadores o deslumbrantes, que girarán una y otra vez en torno al lector, esclareciéndole, paso a paso, lo que inicialmente pudo encontrar insuficientemente desarrollado. El entorno que condiciona nuestros primeros años; el camino emprendido que, a partir de ese entorno, ha de dar contenido a nuestra vida; el modo en que lo instintivamente antagónico y lo instintivamente afín irá modificando nuestra conducta; el papel de lo aleatorio a todo lo largo; la estrecha relación entre pulsión sexual y creación literaria; el vértigo que todo ello produce ante la consideración de lo que es o pueda ser el universo.