Juan Carlos Méndez Guédez demuestra en sus cuentos que una cicatriz puede surcar las páginas de un libro o las dos orillas de una geografía, de una lengua. Es la cicatriz que cierra la herida abierta por la separación forzosa, por la memoria borrada o el sentimiento vacío. Y como sutura, el gusto y el placer por lo sensitivo, por el detalle que cruje, por el viaje temporal en dos direcciones de unos personajes que parecen siempre volver, buscar, amar y, en un gesto de asentimiento, mirarse los propios zapatos que pisan la nieve.