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Unas gotas de helado de arándanos caen sobre la piel de un perro, lo que provoca un enfrentamiento. El enfrentamiento se extiende y ya los ejércitos avanzan y vociferan los jefes: “¡Adelante! ¡Atrás! ¡Vamos!”. Los gorros vuelan hacia el enemigo, que se los devuelve por el aire. Les siguen botones de casacas y finalmente uniformes. De pronto, todos están en calzoncillos. Ahora nadie sabe a qué ejército pertenece. “¡Tengo hambre!”, exclama uno. “¡Yo también, yo también!”, se oye desde todos los lados. Y ya el olor a salchicha asada y los pensamientos en los más queridos de casa alejan a los hombres de la batalla. Solamente los comandantes en jefe de los ejércitos se quedan, rígidos como monumentos de piedra.