"¿Muerte? Nunca oído. Entonces no había una última hora. Solamente existía la primera, la segunda, la tercera, la milésima… Siempre una más. Horas y horas, tantas como alcanzaba el horizonte". Todo lo que existía, se mantenía bello e intacto. Sin embargo, la Muerte llega un día como un desconocido, de paso por la aldea o, mejor dicho, tropieza entrando en ella, ya que es torpe. Tan torpe que los niños tienen que reírse. Tan torpe que, por la noche, fumando sobre una alpaca de heno, quema la casa. A la mañana siguiente, llorando, la Muerte se autoinculpa desesperada: "¿Qué es lo que he vuelto a hacer?".