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Imagina que te piden ayuda para una venganza personal. No quieres hacerlo –para qué te vas a meter en líos– pero eres un ídolo para David, ese chico al que acaban de dar una paliza por motivos poco claros. Desde que era niño busca tu consejo, te has convertido en una especie de mentor suyo. Eres su modelo. Tú te sientes algo responsable de él y también halagado por su admiración. ¿Lo vas a decepcionar? Y además te interesa, vamos a decirlo así, su amiga Alejandra, que es demasiado joven para ti. Está preocupada por David, no quiere que lo dejes solo, porque él necesita el apoyo de alguien como tú. Podrías seducirla. De hecho, ya estás seduciéndola. ¿Por qué no? Aunque más mayor, eres un hombre atractivo, enérgico. La realidad es tan resbaladiza como la ficción. Nada es lo que parece y todos ocultamos quiénes somos de verdad. Ariel lo sabe, es escritor, en crisis pero escritor. Tan sólo necesita una inyección de realidad, dejar la pantalla del ordenador y vivir, vivir de verdad. Arriesgar. Desollarse los nudillos en la pelea si es necesario. Lo que no tiene claro es si se está metiendo en la pelea adecuada. Hay algo en esa venganza que no le convence, como si David no fuese ya la persona que él conocía, como si el rencor lo hubiese transformado. Y sin embargo: hacía mucho que Ariel no sentía tanta excitación. Hacía mucho que había dejado de sentirse protagonista. Además, de lo que está pasándole podría salir un buen libro. O al menos una aventura con Alejandra. Ariel no sabe cuál de las dos cosas le gustaría más.