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Al norte de Calcuta cabalga todo en bronce sobre un caballo demasiado pequeño, con una cabeza demasiado grande, las gruesas gafas bajo el quepis del uniforme, pero ademan indicador -iAdelante, a Delhi! iAdelante, a Delhi!-, sin moverse del sitio, pues como estatua está anclado con su pedestal en una plaza que, por desembocar cinco calles en su redondez, se llama Five Point Crossing, cabalga, digo, Subhas Channdra Bose, también llamado Netaji, el venerado jefe. Cuando hace once años lo encontré por vez primera como figura ecuestre, reducido a busto o, de pie, de cuerpo entero (pero siempre con gafas, en piedra o0 en metal fundido), sólo tenía de él y de su importancia global ideas vagas. Recordaba el nombre de haberlo oído en noticiarios de épocas escolares -debi6 de aparecer en imagen antes de Stalingrado o poco después-, y al propio Bose, de civil, pasando revista a su Legi6n India metida en uniformes de la Wehrmacht, o lo vi sobre la pantalla temblorosa de un cine de barrio estrechando la mano a Himmler, a Hitler -como lo veré en fotografías, cuarenta y cinco años más tarde, en el Victoria Memorial Museum de Calcuta; esta vez uniformado junto a generales japoneses 0 tomando una copa de vino con Yamamoto, al que conocía de su época berlinesa.