Lo que estamos viviendo desde la crisis financiera de 27 no es simplemente una depresión o una recesión. Lo que estamos presenciando bien podría ser el comienzo del fin de la civilización occidental como hasta ahora la hemos conocido, con toda su maquinaria política-económica y de relaciones e intervenciones internacionales. Su inicio puede situarse hacia fines de los años sesenta del siglo pasado, cuando se da el agotamiento del keynesianismo. La era neoliberal es una respuesta a esa crisis, pero que no logró solucionarla. El hecho de que la crisis financiera sólo se hiciera visible para el público en los países centrales décadas después, con la llamada crisis inmobiliaria en 27, revela la inmensa capacidad del sistema para sostener la acumulación de capital ficticio en la era de la globalización. Al agotarse hoy en día la capacidad de acumulación de capital ficticio y al no perfilarse un retorno posible hacia el ámbito productivo en las formaciones sociales centrales, se perfila una nueva Gran Depresión que amenaza al mundo entero, empezando por los propios países centrales. Peor aún: la crisis no es sólo de carácter financiero, sino también económica y político-militar. Abarca cada vez más ámbitos de la vida. Hay crisis en torno al petróleo, hay crisis alimentaria al transformar alimentos en agrocombustibles, hay crisis de subproducción de los recursos naturales, de contaminación del ambiente y crisis de los mismísimos “valores occidentales” (ideología del libre mercado, democracia, etc.). En pocas palabras, se trata de una crisis civilizatoria.