Siendo todavía joven, según reza la leyenda de la mitología griega, Hércules es abordado por dos atractivas mujeres, una de las cuales cubre su esbelto cuerpo con un vestido inmaculadamente blanco, y la otra muy escotada y con un vestido que apenas disimula sus voluptuosas formas. Cada una de ellas trata de persuadir a Hércules para que las acompañe por el camino vital que cada una simboliza, la primera ofreciéndole una vida de esfuerzos y trabajos recompensados con la fama inmortal; la segunda una vida de sexo, entretenimiento y diversiones. Hércules, naturalmente elige a la mujer que simboliza el Deber o la Virtud y procede a vivir con ella la laboriosa existencia que concluye con su admisión entre los inmortales del Olimpo. Elige, pues, la “vida buena” y rechaza “buena vida”. Enfrentar dicotómicamente de este modo Deber y Virtud y Vicio, es algo propio de la doctrina moral oficial de la tradición judeo-cristiana, en la que el deber moral y los pasatiempos mundanos son dos cosas mutuamente excluyentes; una perspectiva moral para la que el valor de la vida humana remite a un ámbito trascendente juzgado con unos baremos que nada tienen que ver con las realidades de la existencia material y humana. Desde un punto de vista diametralmente opuesto, el basado en la premisa humanista de que los individuos, en cuanto agentes inteligentes capaces de elegir y decidir por sí mismos objetivos que quieren alcanzar en el aquí y ahora de su presencia temporal en el mundo.