La noche del 16 de junio de 1816, después de que Lord Byron y Percy B. Shelley discutieran largamente sobre la posibilidad de descubrir el principio vital de la naturaleza y transferirlo a un cuerpo inerte, Mary W. Shelley –por entonces una joven de 19 años– tuvo una memorable pesadilla sobre la visión de un monstruo creado por la ciencia humana. Éste sería el punto de partida de una de las obras más proféticas de la historia de la literatura: Frankenstein o el moderno Prometeo. Un drama romántico sobre la voluntad prometeica del ser humano, decidida a emular y sustituir a Dios en el papel de creador de la vida, borrando los límites que separan lo natural y lo artificial y planteando nuevos problemas morales de consecuencias desconocidas.