Sin productos
“En el momento en que se decía esto para sus adentros, se oyó en la puerta un doble aldabonazo, grave y sordo, como si el aldabón estuviese atado y fuese más parecido a una sacudida que a un golpe.
-Será el viento- se dijo Gluck-, nadie se atrevería a dar dos aldabonazos a nuestra puerta.
No, no era el viento, pues volvieron a llamar más fuerte y lo que era más extraño es que el que llamaba pareciera tener prisa y no tuviera el menor temor a las consecuencias.
Gluck se acercó a la ventana, la abrió y sacó la cabeza para ver quién era. Ante él estaba el hombrecillo más extraordinario que hubiese visto en su vida. Tenía una nariz muy larga, ligeramente enrojecida; sus mejillas estaban hinchadas y eran muy coloradas y hacían suponer que hubiera pasado las últimas ochenta y cuatro horas soplando un fuego reacio a encenderse; sus ojos parpadeaban animadamente a través de largas y sedosas pestañas, sus bigotes se retorcían en dos vueltas como un sacacorchos, a cada lado de la boca…”