Escrito entre 198 y 1922, la novela À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido) constituye una de las cimas de la literatura del siglo XX y ha sido enormemente influyente tanto en el campo de la literatura como en el de la filosofía y la teoría del arte. Adentrarse en el laberinto de la memoria de Marcel Proust es iniciar un viaje maravilloso que culmina con el sabor de una magdalena. Los recuerdos de un narrador anónimo, con fuertes reminiscencias del propio autor, se enlazan hasta formar una red de emociones que consigue frenar el efecto destructor del tiempo y recuperar la felicidad del pasado a través de la memoria. A fin de cuentas, tal como afirmaba el propio autor, los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos. «Me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en el que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.»