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En 1945, cuando Adam Zagajewski contaba cuatro meses de edad, su ciudad natal (Lvov) fue incorporada a la URSS y su familia obligada a mudarse a una antigua población alemana (Gliwice) que Polonia acababa de anexionarse. En una Europa marcada por el totalitarismo, la contradicción y el desarraigo, aquellas gentes desplazadas contra su voluntad se convirtieron en «inmigrantes que, no obstante, nunca habían abandonado su país». De aquella experiencia nace esta reflexión lúcida, veraz y valiente, que trata de aúnar los dos polos que estas dos ciudades representan: el de un espacio mítico, aunque sorprendentemente doméstico, cálido y acogedor, y el de una realidad hostil y poco generosa, quién sabe si representación simbólica de la tensión poética. Este ensayo ha despertado el entusiasmo unánime de la crítica. Susan Sontag lo celebró con estas palabras: «Leer Dos ciudades supone disfrutar de un recorrido por una mente maravillosa», y John Ashbery lo definió sencillamente como «un libro extraordinario».