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Eugenio D’Ors encontró en Paul Cézanne, desde fecha muy temprana, a un interlocutor de mérito en la búsqueda del orden, el equilibrio y la estructura, reacción musculada contra el arte del siglo XIX, anécdótico, subjetivo y musical, que anunciaba un retorno al clasicismo. Estoico en su vida moral, barroco que termina en dórico—en feliz sentencia orsiana—, el pintor meridional se establece como precursor y maestro de toda una nueva generación de artistas plásticos que habrán de renovar el panorama artístico del siglo XX. Con una sagacidad y una finura de análisis admirables, Eugenio D’Ors nos dibuja una de las más apasionantes aventuras del arte moderno.