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«Ethel Jurado se había acercado al grupo para implorar ayuda—nos cuenta Marcos Recaj en esta novela—y nosotros le brindamos nuestro apoyo incondicional. Su necesidad de ayuda era tanta, su situación era tan precaria que, sin tener un plan, quizá de manera inconsciente, Ethel se introdujo en nuestras vidas y las colonizó, hasta el extremo que durante una época todo lo que hicimos y lo que vivimos giró alrededor de su tragedia personal, y sin que fuéramos conscientes cambió nuestras vidas, al menos la mía, para siempre. Si hubiéramos sido de verdad valientes nos habríamos limitado a llamar a la policía, como propuso Laura, pero no lo hicimos; desempeñamos un absurdo papel de amigos, terapeutas, salvadores, sin tener ninguna experiencia, sin saber cómo actuar ni qué repercusiones podía tener en nuestras vidas, y así nos fue».