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He aquí un libro que, en su primera aparición en 197, atrajo a lectores entusiastas y devotos. Descubridor para muchos de un fructífero y curioso filón de la lírica inglesa del siglo XVII, nos ofrece en versión bilingüe una poesía que es, en palabras de sus traductores, «la cumbre del puro espíritu». En ella «no puede verse más que luz, una luz que aspira a herir nuestros ojos. Primero nos deslumbra, nos ciega. Luego, poco a poco, una especie de claridad se hace en nosotros». Treinta años más tarde, la impresión que recibe el lector es la misma, como un fulgor incandescente e inextinguible.